No me mientas!
Y lo odié. En ese momento comprendí
que todos los sentimientos que alguna vez suscitaron de mi pecho se basaban en
una mentira, en ese mismo instante en que el mundo caía a pedazos miles de imágenes volvieron a mi mente.
Tantos recuerdos como fueron
posibles resucitaron de manera estrepitosa, marcando el fin de aquella patética
y falsa historia de amor. No podía creer haber sido engañada tan repulsivamente,
y el dolor no surgía del pasado, pues la traición no alcanzaba a ser el fuerte
detonante siquiera; el rencor, el desánimo, la impotencia surgió de algo peor,
de la mentira.
En mi propia cara el malnacido juró
que no lo había hecho, mirando mis ojos, siendo testigo del sufrimiento que
acongojaba mi alma. Pues ahora es mi turno, y no tiene la menor sospecha de lo
que planeo hacer con él.
Conozco cada paso que da con
detalle, se de sus temores y esperanzas, conozco sus desánimos, torpezas y debilidades,
puedo con facilidad convertir su vida en un infierno sin dejar caer mi máscara
de muñequita de porcelana.
Puedo arrebatarle todo, incluso
la vida, con tal sutileza que tardarían cientos de años en descubrirme; si es
que a alguien realmente le importa su muerte. También podría suceder que sea
una historia triste más en el periódico local, otro cadáver que tirar en una
fosa fría y sucia, una lápida a la cual nadie va a llorar, un nombre sin
historia porque a nadie le interesa recordar.
Puedo hacer tantas cosas, y sin
embargo sigo sentada en medio de esta solitaria habitación insultándolo entre
dientes.
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