19 de Octubre de 1454. El tiempo, ingrato, no espera a nadie. El paso de las horas resulta agobiante, la sociedad me mira de reojo, ríen a mis espaldas, me señalan como el ejemplo de todo lo que no debe ser. Tengo 24 años y no tengo compromiso, participo en eventos de sociedad mostrándome sin vergüenza, muestro a todos que mi vida se aboca al conocimiento y no a tareas cotidianas que estén bien vistas por la sociedad. Cuando niña pasaba mis días entre libros. Mi padre, un reconocido e importante juez, nunca me negó las puertas del conocimiento, y sus libros y manuscritos siempre estuvieron a mi alcance. Mi madre, vacía en todos los aspectos posibles, siempre me miró con desaprobación, intento controlarme de mil maneras, me encerró, me golpeó, me obligó a comprometerme con un joven de la ciudad; para mi suerte este nunca se pudo llevar a cabo. Una vez crecida, y liberada de ese absurdo compromiso, comencé a viajar con mi padre a distintos lug